domingo, 16 de septiembre de 2012

LUZ de San Esteban

EL HOMBRE BUENO DE SAN ESTEBAN

El hombre bueno de San Esteban es ligero, se desliza como si en sus pies portase las alas traviesas de un angel; habla con los ojos iluminados por la luz de la fe, sus palabras son ligeras –un tanto atropelladas- porque brotan de los arroyos cristalinos donde se bebe a borbotones la Buena Nueva del Evangelio. El hombre bueno de San Esteban es alto como torre de sabiduría y frágil como el junco que dá buenos mimbres, tiene las sienes plateadas por las huellas del tiempo, aunque por más años que pasen, conserva esa eterna juventud que solo distingue a los limpios de corazón. El hombre bueno de San Esteban es un fortín sustentado en los cuatro puntos cardinales de la virtud: hecho toda prudencia en claro espejo de justicia, dechado de fortaleza y ejemplo de templanza. Desde que conocí al hombre bueno de San Esteban, aquel lejano Martes Santo en una misa de hermandad, delante de los pasos, aún sin ser hermano, supe que esta hermandad tenía un privilegio, un don añadido por la varita mágica del Amor de Dios y aún así, no somos concientes de la magnitud que supone para una hermandad, el hecho de gozar espiritualmente de una dirección como la del hombre Bueno de San Esteban.
 
 Aunque me pierde la tentación, no quisiera que mi mano izquierda se enterase de las miles de cosas que ha obrado la diestra del hombre Bueno sobre todos los que hemos acudido a implorar sus favores. No hay más placer que verlo todos los días allí, en su casa de San Esteban –entre nosotros- solícito, entregado desinteresadamente, cada vez más perfecto en la caridad, partiendo el pan y bendiciendo el vino, mirando hacia ese rincón del cancel donde parece que va a salir a su encuentro desde el paraíso, la figura menuda de su madre. El hombre bueno de San Esteban, sí…Don José Robles.
 

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