lunes, 3 de septiembre de 2012

Madre de mis entretelas



Eras mocita entonces de diecinueve años cuando te descubrí en San Román, yo estrenaba razón, vestido de monaguillo por las manos de mi madre como todos los niños del barrio que queríamos llevar los canastos de caramelos de la mejor canastera. Desde entonces, cada ocho de septiembre, bajo la luna azul vendimiadora, cuando tu Natividad volvía a cumplir un nuevo año con nosotros, salías de San Román para darte una vueltecita por el barrio entre la estrechez de Sol; el filo imposible de la calle Espada y el delirio de las casas de vecino de Enladrillada que colgaban en sus balcones las mejores colchas del ajuar de las abuelas. Todavía llevo incrustado en la solapa del recuerdo, el olor a nardo e incienso de esos días que presiden el altar donde te rindo continuamente culto. Todavía me suena a nueva, la primera oración que te escuché cantada por la voz intransferible de “Antonio el sacristán” -Salve Regine- que todos musitábamos de oído, sin conocer otro latín que no fuera alabarte. Todavía retumba por las naves del memorable templo, la temblorosa voz del bueno de “Don Crescencio” -palabra sencilla de Dios- que parecía no querer molestar más que un: “solo quiero decir”. Aún te veo entronizada a la derecha del Señor de la Salud en la capilla sacramental donde tantos domingos escuché misa, más que por precepto, por no apartar la mirada de tu “carita inclinada”, la misma que parecía acunar las Angustias en su corazón de Madre y tendernos las manos para abrazar las nuestras. A tu amparo creció el niño aquel que nunca dejó de ser tu monaguillo, el mismo que al volver del colegio buscaba la nave del presbiterio para saludarte con la oración sin palabras de una mirada cómplice, antes que el merecido premio de una merienda y al paso de los años se hizo adolescente de una devoción por tí, que rayaba en el estado de seminconciencia que se respira en esa etapa de la vida, bendita etapa donde los años se cumplen sin que pasen los días -cual es tu caso, Madre-, hoy que celebras el 75 aniversario de tu hechura, igual que ayer, con la misma lozanía de los diecinueve años con que te conocí y aquel olor a incienso y nardo de estreno permanente.
Tanto es así, que cuando vuelvas el ocho de septiembre a San Román, regresarán contigo, prendidos en el realce de tu exclusivo manto “azul pavo”, todos los que siempre te esperaron en las escogidas esquinas de la memoria; volverá a abrir la “calentería” que hacía las delicias de aquellos suculentos desayunos en la mañana del Viernes; La olorosa quincalla de “Juanito”; el viejo “zepelín” de Luisa; la tienda de ultramarinos de “Pepito”; el colmao de Federico con los mejores cantes y bailes por bulerías; el “Remesal” y... el Uno, que volverá a ser el “Uno de San Román” -no por que una vez cantó, Caracol- sino al verte aparecer por la desembocadura de Matahacas a hombros de tus fieles hermanos y devotos presentes, porque los ausentes, -Madre bendita de mis entretelas-, ya tienen reservado los balcones de la plaza convertida en los palcos de la gloria que supone, entrar por San Román de nuevo.
 
Enlace del traslado: http://fotoblognaturaldesevilla.blogspot.com.es/2012/09/vuelve-casa.html

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