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lunes, 23 de mayo de 2016

Donde está el buen samaritano...

                                   





Hablábamos de la Trinidad, intentando describir el misterio más inabarcable de nuestra fe cristiana. Citábamos a San Agustín, uno de los padres de la iglesía que más ha profundizado sobre este misterio: “El Padre engendra al Hijo por el conocimiento y el Amor; fruto de este Amor de ambos, proviene el Espíritu Santo”. Atendíamos a los escritos de -teología para nuestro tiempo-, del Dr. Jose Antonio Sayés: “Solo cuando sabemos que provenimos del Amor y que volvemos al Amor, superando el sufrimiento y la muerte, es cuando podemos dar lo mejor de nosotros, con desinterés y alegría”. Intentamos en clase de catecismo para adultos, desarrollar la virtudes teologales, como dinamismo operativo de la gracia recibida por Dios; la Fe, fruto de la entrega y confianza; la Esperanza; consecuencia de esa entrega y confianza en Dios y la Caridad -el Amor- fruto jugoso e indispensable respuesta de maduración en la entrega a Dios. También entendidas estas virtudes, como un diálogo intertrinitario. Del que después bordó en su panegírico, el presbítero que oficio la Santa Misa, destacando la unidad y diversidad de la iglesia, iluminada en todo momento, por la presencia del misterio Trinitario. El Santo Padre, Francisco nos exhortaba en la meditación del Angelus con acertadas palabras sobre la solemnidad de la Trinidad: “
                       Nuestro ser creados a imagen y semejanza de Dios-comunión nos llama a comprendernos a nosotros mismo como ser-en-relación y a vivir las relaciones interpersonales en la solidaridad y en el amor mutuo. Tales relaciones se juegan, sobre todo, en el ámbito de nuestras comunidades eclesiales, para que se cada vez más evidente la imagen de la Iglesia icono de la Trinidad. Pero se juegan en cada relación social, de la familia a las amistades y al ambiente de trabajo, todo: son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones cada vez más ricas humanamente, capaces de respeto recíproco y de amor desinteresado.

-y añadía el Pontífice: -
“  La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los acontecimientos cotidianos para ser levadura de comunión, de consolación y de misericordia. En esta misión somos sostenidos por la fuerza que el Espíritu Santo nos dona: cuida la carne de la humanidad herida por la injusticia, la opresión, el odio y la avaricia. La Virgen María, en su humildad, ha acogido la voluntad del Padre y ha concebido al Hijo por obra del Espíritu Santo. Nos ayude Ella, espejo de la Trinidad, a reforzar nuestra fe en el Misterio trinitario y a encarnarla con elecciones y actitudes de amor y de unidad.

                                Lo cierto fue, que fortalecidos por la palabra y presencia del Señor en dicha Eucaristía, fuimos testigos a la salida de la Iglesia de un incidente, -que sin perjuicio de una ulterior reflexión y análisis profundo- tergiversaba y echaba por tierra toda la misión salvadora y misericordiosa, en la practica, anunciada  tanto en las lecturas sagradas, como en la palabra recibida por iluminación del espíritu Santo, correspondiente a tan sagrada Festividad. Dos jóvenes, uno de ellos de color, se encontraban desde antes de empezar la misa, ocupando un banco de primera fila. Como quiera que los citados jóvenes (extanjeros) eran también desconocidos para la general feligresía, al terminar la misa  observando por  los habituales fieles, que se mantenían en sus respectivos sitios, una vez evacuado el templo por los asistentes; llamaron la atención, despertando la normal sospecha de los responsables del templo. Circunstancia por la cual, se hizo necesaria la presencia del Presbitero, a fin de tomar las medidas oportunas y recabar información sobre la postura de inmovilidad que mantenía los extraños jóvenes.  El sacerdote pudo comunicarse perfectamente con ellos, ya que el joven de color, hablaba en italiano, lengua comprensible dentro del magisterio que había desarrollado anteriormente el ministro de Dios. Por lo visto, los jóvenes pedían asilo y hospitalidad en la Iglesia. El Sacerdote, les hizo ver, que tal cosa era imposible y se ofreció a darles todo tipo de información, sobre otras instituciones de carácter municipal o social, habilitadas para esos propósitos. Ante la insistencia de los jóvenes, el presbítero, llegó incluso a preguntar al personal que nos hallábamos en las inmediaciones, si contábamos con alguna casa o habitaciones para acogerlos. Todos callamos, unos tragando saliva, otros agachando la cerviz (el miedo, la desconfianza frente a los que no conocemos, la duda, el perjuicio, razones tan bastante como humanas) y cambiando automáticamente de tema. … Ahí lo dejo, para su reflexión, intentándo ponerme en el lugar del Cura en función de la enorme responsabilidad de su magisterio, al frente de una parroquia, atendiendo a razones de seguridad, guardia , custodia y probables cuentas que demanden sus fieles. Ahí lo dejo, antes de juzgar a mi prójimo, pero evidentemente, afligido, porque parecía como el Señor me hablaba, pidiéndome ese más, que aún resonaba en mis adentros, fruto de las lecturas, palabras, exhortaciones del mismo Papa, Lo cierto es que en nuestra debilidad, en toda nuestra fragilidad, de nuevo lo volvemos a cargar todo en manos del Señor en su infinita misericordia...Oremos.
 

lunes, 4 de abril de 2016

El Gran Poder de la Misericordia

La mañana era gris de nubes altas, cruzamos los jardines que cubren la cúpula del cielo con las hojas de palmas. En lo más alto, un camino de albero custodiado por la sombra celosa de los frondosos magnolios, los ramos sueltos de las blancas acacias y la media altura de los naranjos fragantes, nos acercaba a la Puerta de la Carne. Misterios Gloriosos entonaba el hermano, Padre Nuestro, trenzando el Rosario en su primer misterio por Santa María la Blanca. Calles con sabor a trote de carruajes, humedecidos adoquines que brillaban su añeja historia por la estrechez que abre su recoleto adarve al Patriarca Bendito Señor San José. María, Madre de Gracia, Madre de Misericordia, Segundo misterio en la soledad íntima y claustral del Convento de Madre de Dios; Dios te Salve María, llena eres de Gracia, Bendita Candelaria, que atendía nuestros rezos, con la mirada baja de su pena Dolorosa. El Rey Don Pedro, que tanto misterio encierra en sus leyendas, observaba con su mirada de piedra a estos tres peregrinos, camino de San Lorenzo. El tercer misterio llegaba a la Alfalfa, aun chirriante de cera derramada, y se perdía con el gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, por las siete revueltas, hasta la misma Encarnación: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, por el camino más corto, entre Orfila y Amor de Dios, las Letanías de Estrella de la Mañana, Salud de los Enfermos, Refugio de los Pecadores, Consuelo de los Afligidos y Auxilio de los Cristianos, Ruega por nosotros, por las intenciones del Papa Francisco y una Salve a la Virgen antes de enfilar Conde de Barajas. Señor mío y Dios, mío que cerca, el sabor exquisito de tu infinita Misericordia, como se siente la Paz en tu entorno flanqueado por los plataneros y el vuelo displicente de las palomas tordas. ¡Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor rezando el Santo Rosario! Con el pié derecho cruzar los umbrales de la Puerta de tu Misericordia, ofreciendo al Padre, el cuerpo, la sangre, el el alma y la divinidad de su Amantisimo Hijo, Señor del Gran Poder, como propiciación por nuestros pecados, implorando la Misericordia de nuestros hermanos en busca de la Reconciliación. Con la certeza de encontrar allí el Perdón de su Cruz con los mismos brazos del que nos Espera para abrazarnos. Toda la ciencia de la vida presidiendo el Altar mayor, para que pongamos toda nuestra confianza en el Señor de Sevilla. Y a sus plantas, en derredor, una Basílica repleta de fieles y peregrinos llegados desde la vecina Alcalá de los panaderos, para ganar el jubileo más jubiloso de la vida cristiana, en el año consagrado a la Divina Misericordia. El beneficio de la Humildad, toda la fuerza de la piedad, humana y Divina que derrocha el verbo encarnado en el cedro de su precioso imagen, el Gran Poder que en sus manos derrama todo el poder y la Gloria, para olvidar nuestros pecados, esas faltas que ha purificado en el fondo del mar que ha dado su vida por nosotros, que te ha amado hasta tal punto, que ya no existe punto de partida, que no sea el de su infinita Misericordia. Que sí, Dios mío, que si no somos dignos de que entres en nuestra casa, tu si eres Digno de sabernos amados como el niño pequeño que acude a tus brazos. Con esa Paz que recibimos, aun más dichosa que la que impartimos a nuestros hermanos, con esa Paz del Gran Poder Resucitado entre sus discípulos; con esa Paz que supone en medio de nuestra incredulidad, ofrecerse a que introduzcamos nuestra mano en las llagas, en el costado abierto, para que creamos de una vez por todas y no tengamos por menos que arrojarnos a sus plantas clamando: Señor mío y Dios mío. Con la misma Paz con que volvemos por nuestros propios pasos, después de haber recibido gratis tanta gracia a sabiendas que tenemos que perdonar, porque EL ha sido y será el que nos perdona a nosotros antes. Quiero dar a conocer, Tu Misericordia, Señor, por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales, consolando y asistiendo, a los más afligidos y enfermos de mis hermanos, pues todo lo temo en mi debilidad, pero todo lo espero de Tu Misericordia.



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