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jueves, 4 de julio de 2013

Entrevista a Julia Rómula

...y la Historia seducida por la hermosa ciudad que, como collar llevaba su río, escribió con letras de luz "Isvilia": SEVILLA (Santiago Montoto)
 
Doraba la luz su perfil de bronce recortado en los visillos como un resplandor que ciega; era la misma luz que ha quedado atrapada en la armonía de los patios antiguos; luz conventual de claustros que juega al escondite por las galerías y los medios puntos; luz que enciende el esplendor de las pilistras y el pardo oro de las hojas de palmas; Luz de renacimiento por los jardines de Dueñas que llora las sombras mudéjares de los perdidos palacios del Duque. La Dama, suspiraba ojeando las páginas de sus álbunes sepia. -¿Cual fue su primer amor, Señora? -Argantonio- contestó sin pensárselo. No insistí, porque las respuestas certeras son como los niños que dicen la verdad sin titubeos. -¿y el gran amor de su vida? “Sin duda la tierra donde pisas y seguirán pisando tus seres queridos cuando te entierren bajo ella”. ¿Un hombre?: “Julio César” ¿Un nombre?: “Hispalis- Julia Rómula. Cognoninne Julia Rómula, como escribió Plínio de mí”. ¿Un Rey?: “Fernando III” ¿Un villano?: “unas veces por cruel, otra por justiciero; D. Pedro fue sin duda el más sonado. Pero yo guardo en el corazón a tantos villanos anónimos ó renombrados, que se merecen igualmente la distinción”. Me parecía absurdo preguntarle a la Señora, quien era su mejor Pintor, su mejor escultor, su mejor poeta, pues Dama tan principal nunca se pronunciaría a favor de nunguno de los proceres de las Bellas Artes, que había parido en su noble cuna. Me fui por la tangente: -¿Señora, vd. es conciente de su belleza?: “mi belleza, es fruto -mejor dicho de vuestra inconciencia”- sentenció con su brillante sonrisa- “sé que he despertado pasiones, pero más que pasiones, han sido inquietudes culturales. Siempre me ofrecí tal cual, generosa, hospitalaria y cálida...el sol, la tierra y el río me ayudaron con la suavidad y el temple de este clima. Los hombres suspiraron por mí a la luz de la luna, levantaron murallas y torres altas, intentaron seducirme con sus sabias culturas, pero yo siempre me quedé con lo mejor de sus artes y conquistando sin querer a mis conquistadores. Para mí, eso es lo más hermoso de mi popular belleza”…. Se apeó del diván como una reina que se alza de su trono; la túnica carmesí desplegó su brillo de seda a lo largo de la esbelta figura, la toga de chantillí color ocre le caía desde el hombro recogida en su brazo diestro de manera impecable. Con graciosa magestad, se dirigió al balcón principal de Palacio: su pelo negro, reverberaba al contraluz. Pensó en voz alta para que yo aprendira sus verdades con devoción: “Sabes, por mucho que lo hayan intentado mis caballeros 24 e ilustres alcaldes, yo he sido siempre y seré ingobernable. Las distintas políticas que a lo largo de todos los tiempos intentaron venderme, sucumbieron ante el genuino instinto de improvisación de mi pueblo. Aún no entienden que en mí la creación se mueve por impulsos de locura. -fagamos un templo tan grande que todos los que lo contemplen nos tomen por locos- ese es el verdadero lema, el secreto a voces que guardan mis monumentos. Todo es tan sencillo como luchar por la Paz y vencer a los enemigos defendiéndola con el ejemplo. Uno de mis mayores recuersos fué el comercio, yo lo engrandecí con la paz. Los bajeles cargados de oro de indias, buscanban la paz de mi puerto; el oficio de acuñar momenas encontró aquí su casa; así como los contratos mercantiles, los legajos y tratados históricos, los pergaminos de oficio, los tratados de cuentas y la real correspondencia lacrada por los virreyes, nunca estuvieron tan cuidados y a salvo como en mis archivos y bibliotecas”. -¿Señora, cambiando de tercio, Vd. es una ferviente practicante de la Santa Iglesia Católica? - “como también lo fui de todos los dioses paganos procedentes de los fenómenos de la naturaleza frente a los que los hombres se sentían y se siguen sintiendo indefenso por su misterioso influjo. El miedo del hombre a lo desconocido, hizo de la religión un arma de doble filo que causó muchas víctimas y desgracias a la humanidad. Sinembargo la fé ayuda muchísimo y siempre he tenido claro, desde el primer instante que nació Cristo que su mensaje -basado en el amor- revolucionaría al mundo. Frente a los desmanes y abusos de la jerarquía eclesiástica, prevalece el espíritu del evangelio (ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo). Me merece el mayor de los respetos una Institución que ha trascendido a toda clase de intrigas, guerras y conflictos - viva y generando dudas-. Aunque tengo que reconocer que la fe, para mí es muy fácil, ya que aquí encontró, casa al Señor del Gran Poder y a su Madre Santísima de la Esperanza”. -¿Si tuviera que escoger un color, Señora?- “Eso sería imposible, querido; soy eminentemente dual, mujer de contrastes muy definidos: dos orillas; silencios maestrantes de aldabonazos nazarenos y júbilo desbordante de Altozano y Macarena. De mi hermana Triana, el color blanco de sus cales y el verde del río Betis y del equipo que lleva mi nombre, el rojo pasión. -¿una flor? : “sin duda la azucena” -¿un perfume?: “sabes que el azahar” -¿un rincón?: “esa pregunta, te la contestarían mucho mejor mis pretendientes” ¿y una pena?: “...hijo mío mis penas son tan antiguas e inconsolables como mi edad...pero en cambio se pasean bajo palio cada primavera por las calles para alegría y consuelo de todo el que les quiera rezar. No quiero aturdirla más, aunque ella no ha dejado de mostrarse complaciente, sin perder en ningún momento su histórica compostura. Sé que quedan muchas preguntas en el tintero..pero donde voy yo, apurando esta osadía producto de mi imaginación. Intenté besarle la mano, pero Ella me acercó su mejilla...y entonces desperté, con un libro de Santiago Montoto abierto sobre mi pecho.Su título: Biografía de Sevilla.

sábado, 23 de febrero de 2013

El Secreto de la Roldana II

Excma. Sra. Tal y como teníamos convenido en nuestra conversación mantenida a sesenta días pasados y atendiendo a su ruego, pláceme comunicarle que obra en mi poder; Providencia firmada y rubricada por su Eminencia Reverendísima, Don Jaime de Palafox y Cardona, Arzobispo de Sevilla, por la que se viene a autorizar el permiso solicitado para…
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Una vez acomodados en el carruaje, el fraile mensajero, sentado a la derecha de Luisa Ignacia; los pasajeros se abandonaron a sus correspondientes “de profundis”; el religioso sumido en sus constantes oraciones y la hermosa Dama escrutando cada palabra entre líneas del pergamino tan esperado. Presa de una ansiedad febril, los latidos acelerados del corazón de Doña Luisa bombeaban su pecho con tal fuerza, que llegó a temer que el fraile se incomodara con los espasmos de su excitación, a Dios gracia atenuada por el crepitar de las ruedas contra el empedrado del pavimento. El sol alto de la mañana a media mitad de arena de la hora del Angelus, doraba el arabesco de la torre mudejar de San Marcos, lugar donde tenía arrendada la cripta que sirviera, llegado el momento ,para dar cristiana sepultura a su insigne progenitor. Ni la sonora algarabía de tratantes, mercaderes y rufianes que poblaban la Plaza de los Carros en su frenética actividad; ni el apabullante trajín de los pregones que vociferaban los comerciantes de abastos de la calle de la Feria, lograron distraerles de sus respectivos estados de abstracción. El Carruaje se detuvo en la fachada principal de la calle Andueza y dos guardias reales sirvieron de escolta a la Señora tan principal, seguida de Fray Jerónimo de Buenavista. La luz del mediodía realzaba el terciopelo azul de la lujosa capa, fruncida en la cervical a modo de capucha, cuyos ribetes de seda blanca recortaban el perfecto perfil de su rostro de abrumadora belleza. La egregia Dama tendió la mano al reverendo Provincial con un amago de genuflexión y éste incorporándola automáticamente, le impuso su bendición: "Sea bienvenida vuesa merced a esta bendita casa; veo que mis oraciones surten efecto por su aspecto tan saludable -Señora mía- espero que su insigne padre y resto de la familia, gozen de igual suerte. A Dios gracias, reverencia, contestó "la Roldana". Cruzaron los exquisitamente ajardinados patios de Farmacia, San Carlos, del Alcohol y de Cobalto, hasta alcanzar el del Recibimiento antesala de la Iglesia, por donde había correteado de pequeña en las períodicas visitas de aprendizaje que había efectuado al recinto de la mano de su padre para adquirir conocimiento y rendir admiración a los celebrados artistas que trabajaron en tan monumental obra; su avispada capacidad de visión, abarcaba cualquier detalle por insignificante que pareciese y en su mente privilegiada, revoloteaban las mariposas de aquellos nombres que Don Pedro habíale inculcado con fechas y apellidos tales como: Juan Bautista Vázquez, quien en las enjutas y sobre la clave del arco de entrada al Templo había esculpido los relieves de las virtudes teologales. Don Fadrique Enríquez de Rivera, fundador del Hospital según idea de su augusta madre, Doña Catalina de Rivera y su arquitecto mayor, Don Hernan Ruiz II...Una vez dentro de la Iglesia, Doña Luisa se esplayó en la contemplación del magnífico altar Mayor; ejecutado por Diego López Bueno, según diseño de Asensio de Maeda, admirada -una vez más- por el esplendor de las pinturas del insigne rondeño, Alonso Vázquez en su época de madurez creativa 1602. Pero donde realmente quería "la Roldana" centrar su atención -una vez más- era en la primorosa imagen de Nuestra Señora; la muy hermosa talla en su misterio de la Concepción, labrada en madera noble; vestida de lana encarnada y blanca y tocada con manto de tafetán celeste y escapulario del mismo color, guarnecido de encajes de oro, coronada por una presea de plata imperial, con sus rayos, estrellas y remates. Su padre le había contado apasionantes detalles acerca de esta magnífica imagen, a la cual profesaba rendida devoción, considerándola fuera de serie: Esta imagen, mi querida Luisa -afirmaba el venerable escultor- la dió de limonsna una devota y costó trece pesos escudo de plata y que su cabellera, perteneció a Doña Catalina de Rivera que la donó exprofeso. Luisa se santiguó ante su presencia, y oró durante unos minutos arrodillada en un reclinatorio forrado de damasco, seguidamente encendió dos velas de promesa e introdujo un par de monedas en su cepillo de cultos. Si vuesa merced, no tiene inconveniente, pasamos a la Biblioteca, para despachar sin más dilación los asuntos que nos ocupan. El Reverendo padre provincial puso sobre el acharolado tablero de la mesa de estudio, la providencia dictada por Monseñor Jaime de Palafox; "la Roldana" suspiró de satisfacción al leer el auto decretado, en el que se concedía autorización eclesiástica a favor de Doña Luisa Ignacia Roldán -escultora e imaginera de oficio- para que ejecutase los trabajos pertinentes relativos a la restauración, limpieza y estofado de la venerada imagen de Nuestra Señora de la Concepción, establecida canónicamente en la Iglesia del Hospital de las Cinco Llagas, vulgo de la Sangre...Disculpe, vuesa reverencia -interrumpió "la Roldana", sopena de parecer impertinente, ruego una vez más a su paternidad, renueve los votos de discreción conforme a la promesa que mantenemos entrambos sobre tan delicado asunto, que no debe de trascender de estos cuatro muros. ¡Señora!, acaso poneis en duda el secreto de confesión -le espetó el prelado- con cierto aire de indignación. Nada más lejos de mi voluntad -Reverencia- mis temores estriban únicamente en aumentar las contrariedades que sufre mi admirado Padre, abrumado por los continuos pleitos que mantiene con los Dominicos de Regina y otroras Cofradías, por escabrosos litigios sobre infundadas autorías y supuestas intervenciones, amén de las desavenencias personales que venimos padeciendo, al no bendecir Don Pedro, mi más que firme decisión de contraer matrimonio con el compañero de oficio, Luis Antonio de los Arcos. Descuide vuesa merced, que mi humilde persona estaría siempre en disposición de mediar entre su padre y vos, para encontrar la mejor solución apostólica a los susodichos problemas. Dios bendiga a vuesa excelencia, paternidad, por tan generoso ofrecimiento; pero me temo que la decisión ya está tomada de manera irrevocable, al haberme desposeido de mi correspondiente dote através de acta notarial, por lo que me veré forzada a abandonar esta Muy noble ciudad, rumbo a Cádiz donde tengo apalabrada carta de pago para la ejecución de la nueva Dolorosa titular de la Cofradía de la Soledad de Puerto Real, de ahí la premura por empezar los trabajos a la mayor brevedad posible sin despertar la menor sospecha.
Al día suigiente de la entrevista, fueron dispuestas y habilitadas sendas salas en la sacristía con las mejores condiciones de luz y temperatura posible, brindándosele a "la Roldana" plena y total libertad de acceso y horario expedito a su voluntad, cuidando denodadamente que nadie la molestara, salvo la puntual presencia de su hermana Francisca, que acudía a revisar los trabajos en su calidad de erudita en el arte del estofado y la encarnadura de las imágenes.
Cuando Luisa Ignacia Roldán se enfrentó cara a cara con Nuestra Señora, despojada de toda prenda y avalorio...
 
Son tantos los encargos que desarrolla la escultora en estos años de Cádiz y tan grande la maestría adquirida en todos los trabajos realizados, que dos años después marcha con la familia a Madrid bajo la protección del que era ayuda de cámara del rey Carlos II. El carácter de Luisa Ignacia es sensible y afectivo aunque también valiente y decidido, lo ha manifestado con la decisión de contraer matrimonio aún sin el beneplácito familiar. En estos años es difícil que una hija dé ese paso en contra de la familia. Ya en Madrid solicita la plaza de escultora real, presentando pequeños y deliciosos grupos escultóricos con la intención de conseguirla. Por fin obtiene el título en octubre de 1692, realizando la imagen de Santa Clara para el convento de las Descalzas Reales, obra que firma como escultora de cámara y esculpiendo también, por encargo del rey, su obra cumbre, el arcángel San Miguel con el diablo en los pies que se encuentra en El Escorial. El trabajo en palacio no mejora su situación económica, puesto que los impagos eran frecuentes. La artista tiene que recurrir a su firme carácter para recuperar el dinero que se le debe. (Notas Biografía de la Roldana.- Conocer Sevilla- Arte Sacro)
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Pero Luisa vive aparcada en el recuerdo de aquellos meses que pasó en el Hospital de de las Cinco Llagas de la ciudad que marcó su inspirada obra. Tiene grabada en su mente la mirada de aquellos misteriosos ojos descritos por el talento de su padre: ¿qué haría vuesa merced si le cupiera el honor de retocar –illos tuos misericordes oculos -absolutamente nada- mi querida hija, son sencillamente perfectos, únicamente añadiríale las cinco lágrimas (como las que dan nombre a esta sede). Quizás un leve, casi imperceptible frunce en el entrecejo que resaltara el halo de melancolía de quien conoce la embajada del angel de Señor y la profecía de Malaquias: “una espada de dolor te atravesará el pecho”. Y en cuanto a su perfil risueño y aniñado, Padre: ¿qué se le ocurriría a vuesta merced?. Acaso algún artista que se precie, osaría perturbar el misticismo que irradia su boca entreabierta, señal inequívoca de la que conoce el final feliz de su Divino hijo Resucitado…Ella es la más perfecta definición de María en su dulcísimo misterio de la Expectación et spes nostra,”.Noventa días después de iniciado los trabajos de restauración, la Virgen fue repuesta al Culto en solemne pontifical de acción de gracias, oficiado por el Reverendo Padre Provincial. No asistió a la ceremonia Monseñor Don Jaime de Palafox (apodado en Sevilla como el prelado de los cien pleitos), al fín y al cabo, que interés tanto social como corporativo, tendría la restauración de una Imagen establecida en la iglesia de un Hospital de extramuros, donde convalecían tantos enfermos portadores del temible virus de la peste que recordaba la terrible mortandad que había asolado a Sevilla en 1649. Luisa asistía a la ceremonia de incognito, ocupando uno más de los bancos situados en la nave del evangelio, junto con su hermana Francisca. Sin apartar ni un momento su mirada –entre sollozos- de la venerada Imagen, que lucía espléndida en el presbiterio con profusión de candelería y flores ofrecidas por los cientos de devotos que habían acudido de las huertas y caserío próximo a San Gil. Concluida la solemne ceremonia, “La Roldada” se dirigió hacia la sacristía para despedirse del Reverendo, agradeciéndole postrada de hinojos, los favores y trato recibido hacia su persona y rogándole –por última vez- de manera encarecida, que este secreto habría de reposar en la cristiana sepultura de ambos; a lo que el Provincial, visiblemente emocionado, contestole: Sepa vuesa merced, mi querida hija, que aunque no soy conforme ni convencido de la apariencia de Dolorosa que habeis conferido a la primigenia imagen, es obvio la calidad y esplendor que ha alcanzado en su nuevo aspecto y público notorio los plácemes y elogios que está recibiendo por parte del pueblo, por lo que podeis partir en paz con mi bendición y abrazo en Cristo extensivo a vuesa hermana Francisca y resto de su ilustre familia.
Conocedor de aquella imagen de Nuestra Señora, cuya fama, concurría de boca en boca, por quienes contemplaban su tan graciosa belleza; el benemérito cofrade, Don Felipe de Rioja y Núñez, que había costeado a sus expensas un altar en la Iglesia de San Gil, para la titular de la cofradía de la Sentencia de Cristo en 1670; invitó a los mayordomos principales de la susodicha cofradía –a la sazón- Don : Juan Linero Bravo; Gabriel Gonzalez de Salas e Isidro Antonio de Arguelles. a conocer la Imagen que recibía culto en el Hospital de la Sangre, con vistas a una más que posible adquisición de compra por parte de la Hermandad.
Así fue como la historia, barajó las distintas fechas, entre 1670 y 1.682, para que los más prestigiosos investigadores, sentarán sus distintas cátedras, acerca de la autoría de la que ha sido y será siempre, Reina y Señora de la devoción cofrade de Sevilla. Sin embargo, en un rincón del alma inmortal de Doña Luisa Ignacia Roldan –“la Roldada”, se escondería, celosamente guardado, el secreto que sólo el cielo debe a Sevilla.
Una tarde otoñal del año de gracia de 1699 -ya en sus últimos días de vida- la sombra de un insigne escultor, se prolongaba por la nave del baptisterio de San Gil, postrado de rodillas frente al altar de Nuestra Señora. Sus ojos cansados, bañados en lágrimas, reconocían en cada uno de los rasgos del rostro de tan venerada Imagen, la huella indeleble de aquellos consejos magistrales que única y exclusivamente había compartido con su aventajada discípula: “¿Qué haría vuesa merced si le cupiera el honor de retocar esos sus ojos tan llenos de misericordia?” -Unicamente añadirle cinco lágrimas- las mismas que derramaba amargamente, susurrando el nombre de Luisa, Luisa, Luisa...¡perdóname hija mía...perdóname, mi querida Luisa Roldana!

 

viernes, 22 de febrero de 2013

El Secreto de "La Roldana" I




El Reverendo Padre vertió un goterón de roja cera sobre el pergamino y lo lacró con el sello pastoral del dedo corazón de su mano derecha, seguidamente hizo sonar la campanilla de sobremesa. Apenas trascurrieron cinco segundos para que hiciera acto de presencia en su despacho su fiel y solícito secretario y asistente. “Pase hermano fray Jerónimo de Buenavista, es mi ferviente deseo, haga llegar esta misiva a Doña Luisa Ignacia Roldán, que tiene residencia en el taller de maese Don Pedro Roldán en la collación del Convento de Regina; con la condición sine cuane que pase por mano alguna que no sea la de la susodicha Señora y que vuesa merced de fé que ésta la recibe, sin mediar más comentario ni argumento que no fuere la aceptación con toda humildad de limosna en sufragio de las necesidades de nuestra Orden hospitalaria”. Fray Jerónimo de Buenavista, recibió de buen grado el pergamino, besó con unción la mano de su Reverendo Padre Provincial y abandonó con una inclinación de su cabeza la regia estancia. Era una mañana primaveral del mes de noviembre del año de gracia de 1683, cuando atravesando las soleada Huerta de Macario, el buen fraile entraba por la misma Puerta do hicieran los Reyes Católicos a la muy noble y leal ciudad de Sevilla intramuros. Encapuchado, con las manos en actitud piadosa escondidas en las bocamangas del habito y la vista gacha, recorrió el camino que lo separaba desde la larga calle Real hasta el Convento de Regina. Alcanzado el umbral de destino, hizo sonar la aldaba con el ritual de los tres golpes secos; asomose al instante una doncella de la servidumbre, quien al ver a través de la rejilla la naturaleza del visitante, abrió la puerta sin demora: “Alabado sea Jesucristo ¿en qué puedo servirle Padre? –vengo en misión de hacer entrega de una misiva a su ilustre Señora, Doña Luisa Ignacia- pues tenga a bien vuesa merced de ponerla en mi recaudo, que yo se la daré presta a mi Señora, la cual se encuentra inmersa en su delicada faena de talla, con la expresa orden de que no se la moleste sopena de asunto de graves consecuencias. Me temo que ello no va a ser posible, pues mi mentor, el Rvdo. Padre Provincial del Hospital de la Sangre, diome orden expresa para que se la entregase a su destinataria en persona. Si es así, pase y tome asiento en un escaño del jardín, Padre.

. Al pronto quedó Fray Jerónimo absorto, contemplando el sereno esplendor de la fronda bien cuidada del patio, la placentera risa del surtidor que lo coronaba y el gentil revuelo de los pardos gorriones que parecían resaltar con sus inquietos juegos la talla renacentista de la prodigiosa fábrica del claustro. Quiso reanudar el rezo del santo rosario, cuando un halo de luz que escapaba de una de las galerías, le anunció la visión esplendente de la hermosa Dama, aquella afamada artista de la que toda Sevilla hablaba, conocida bajo el seudónimo de –La Roldada- cuya leyenda había trascendido los muros de las clausuras monjiles. La Señora vestía su bata de faena color arena de playa, ribeteada de manera grácil en sus hombros, llevaba el pelo recogido por un moño a la altura de la nuca y dos mechones que reverberaban al contraluz, le caían dibujando bucles en sus ruborizadas mejillas. Al llegar a la altura del fraile, esbozó una genuflexión y le besó la mano. Sin mediar palabra, el franciscano le acercó el pergamino lacrado y Doña Luisa procedió a desanudar el lazo carmesí que lo enrollaba. Leyó con avidez cada palabra, sin reparar en el preciosismo de la caligrafía y una vez enterada de su contenido, ordenó a la servidumbre que ensillara su calesa personal sin dilación con el ruego a Fray Jerónimo, que se dignara aceptar su invitación de acompañarlo hasta el Hospital de las Cinco Llagas para dar respuesta inmediata a tan encarecido requerimiento”.

viernes, 18 de enero de 2013

El temblor de los helechos

Del Caballero XXIV


Miraba el cuadro de Martinez Montañés y se preguntaba, como había sido posible que un maestro ,con tanta influencia y peso específico, secundara la maniobra de desdén de la que fué objeto su discípulo, por parte de los sevillanos insignes de su época. Tampoco me extrañaría nada, conociendo la arrogancia y prepotencia que Francisco Pacheco ejercía sobre sus correligionarios, hasta que fue eclipsada su pintura por la de Juan de Roelas. ..
.-¡Jódete, cabrón!...siempre hay alguien más que tu; mejor que tu...o al menos dispuesto a descubrir la verdad; y la verdad, como el dinero y el amor, no puede ocultarse...aunque tengamos que esperar más de tres siglos, la verdad sucumbe al tiempo.-pensaba en voz alta.- el General, mientras contemplaba la pintura del caballero veinticuatro.
Ahora la verdad está en poder de la Logia y podemos asegurar que la imagen de Santa Madre Naturaleza abrazada a la cruz, fue tallada por el “divino ignorado” en Sevilla, aunque tan extraordinario descubrimiento, nos haga plantearnos otras interrogantes: ¿Cuando se le perdió la pista a la imagen...porqué desapareció de la casa profesa, dejando al crucificado solo, cuando formaba parte del grupo escultórico que encargó expresamente el Prepósito?...
El investigador, Heliodoro Sanchez, se encontraba flanqueado por los cuatro caballeros (V,X,XV,XX), la ansiedad del momento, suscitaba tanta expectación, que el joven, tuvo dificultad para desatar las cintas de los legajos y pergaminos que portaba. El General, sudaba de delirio al otro lado del despacho y le cantaban los latidos del corazón.
Excelencia.- aquí tiene el contrato de ejecución del crucificado, fechado en 13 de marzo de 1620 (escrito en castellano antiguo.- oficio 19.-Gaspar de Leon 1620.-Libro II.-folio 502)
Como verá, la imagen del Cristo de la Buena Muerte, fue contratada por el Padre Prepósito de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, don Pedro Arteaga...
Al General se le desorbitaron los ojos, cuando leyó: “de tal manera que yo sea obligado y me obligo de hazer y dar hechas y acabadas dos ymagenes de escultura la una con cristo crucificado y la otra una madalena abraçada al pie de la cruz...”
Y al llegar a otro párrafo pudo leer con evidentes muestras de asombro y júbilo a un mismo tiempo: “Yo Juan de Mesa maestro escultor, vecino de la collación de san martín otorgo en labor de geronimo rramirez vecino de la collación de la magdalena y digo que por cuanto soy yo combenido y concertado con el susodicho de hacer una hechura de un christo del natural conforme al questa hecho de la compañía de jesus enla causa desta dicha ciudad de sevilla acabado de toda perfección pide el arte en presio de ciento e veinte e dos ducados...”

sábado, 13 de octubre de 2012

"Nazareno de escuela"

 
 
Habían fabricado un cielo a su altura y no daban con él, porque lo tenían delante. Era un cielo de atormentadas visiones, los que no lo veían los tomaban por locos. Salían a su encuentro cada mañana como auténticos penitentes tras luces y sombras. El primer trazo de un pájaro en el aire les distraía, la silueta de un cúmulo, los abrumados cirros transformados en jirones, grababan en sus mentes cabelleras de santos. Las manos de los hombres en el quehacer diario, serían futuras manos de atónitos sayones. El fruce de los ceños, la arista de unos labios el perfil indolente al final de una barra, darían forma a la inédita idea preconcebida. Sus pasos no sentían la tierra que pisaban, su amor no consentía amar a otra persona, su amor era invisible, de todos y de nadie, amor en puro trance, amor en celo. Se cubrian con el manto oscuro de la noche, lo bordaban de estrellas, de espinos y de cardos, recorrian los caminos de hojarasca, atisbando la perfección que nunca alcanzaban, perdidos en un campo de terciopelo y oro sembrado de tules. Entre las polorientas tablas de sus talleres, los bustos inconclusos, los torsos decapitados y los mutilados brazos, ensayaban un juego en busca del cuerpo imposible. Sólo el aura de luz, lograba encender la expresión con su rayo. Bombo y perfiles soñando en el lienzo de la madera en bruto, virgen, sin templo ni cartelas; esquinas desnudas, esperando la ronda de los pasionistas ángeles o el hueco dispuesto para la pluma, el león, el toro y la serpiente que rodea el caiz de los cuatro evangelistas. Habían fabricado un cielo a su altura y brillaban en él sin miramientos. Divinos ignorados por el Dios extraido del cedro, aquel Dios que decían, hallábase en los nudos de la espiral del tiempo. El Dios en el que tantos encontraron salvación y consuelo sin pararse a pensar en las manos que a Imagen y semejanza lo concibieron. Cuando los palios lloren vaivén de plata añeja; cuando los cirios rebosen su luz de miel en candeleros, cuando los mantos recogan sus brillos de alta noche oscilando entre fulgidas llamas de guardabrisas, en un rincón perdido, el buril de un esteta dará un golpe en el yunque con el tas del recuerdo, temblor y latido del mismo corazón de la Semana  más natural de Sevilla.

viernes, 22 de junio de 2012

Regreso al Postigo


Cuenta la leyenda, que en la fábrica de Tabaco, las mujeres gobernaban como auténticas amazonas, permitiéndose lujos y licencias que trascendían a cualquier norma o reglamento. Los días insoportables del verano hispalense, cuando las temperaturas alcanzaban las defensas de adobes y muros, las cigarreras desempeñaban su labor como ninfas desnudas en un lago de tabaco y palma, que ni el mismísimo y temido “pagador” se atrevía a cruzar.

Al influjo arrebatador que suscitaban estas míticas sirenas de Sevilla, se sumaba el interés de afamados artistas por pintarlas en el hábita de luz y humanidad que respiraba el recinto, cosa que consiguió para la posteridad don Gonzalo Bilbao, en su portentoso cuadro costumbrista, que refleja con todo realismo, el dinamismo, el color y la vida, que derrochaban las cigarreras en su puesto de trabajo.

La calle de San Fernando bullía con empaque de fiesta, las horas de entrada y salida de estas míticas mujeres, concentrando a centenares de hombres que arrojaban sus capas al paso. Hasta el país vecino llegó la fama que inspiró a Biset a componer la célebre opera dedicada a Carmen, la más legendaria de nuestras cigarreras.

Juan de Dios, también llegaba con su carro a recoger a su bella cigarrera, la cual entre ruborizada y muerta de vergüenza, ante los exabruptos y maledicencia que su novio dedicaba al personal, se escabullía en la carga reprendiéndolo: “Niño, ¡callate! Que me vas a buscar una ruina”.

Después la apeaba en el Paseo Colón, antes de que el hermano de la cigarrera reparara que venía acompañada de tan mala fama.

Cuando Juan de Dios comprobaba que Rosario estaba a salvo en su casa; aparecía arreando el carro, para llamar la atención de su futuro cuñado, profiriendo: “¡cabrones a montones, agarrenme los cojones”!.-

Las mujeres asomaban a las ventanas y balcones riéndose a mandíbula abierta y las matronas escondían a los niños santiguándose.

El hermano de la cigarrera montaba en cólera y lanzaba piedras al carro de Juan de Dios al tiempo que profería palabras injuriosas contra el carrero. Una de estas piedras alcanzó el cuerpo de Juan de Dios, produciéndole una brecha en el hombro que lo hizo revolverse de rabia y dolor: “¡Soooo mula...me cago en la puta de madre que parió al cabronazo este...te mato...yo te mato!”
El cuñado, cuando lo vió correr hacia el, como un poseso, puso pies en polvorosa camino del río. La madre de Rosario -proclive al escándalo y la dramatización- brindó ante el público su más ensayado repertorio de lamentos, ayes y suspiros:
¡Ay...mírala...si yo lo sabía...ay...si lo estaba esperando...ay...mira que te lo dije...mira que me dolía la boca de decírtelo...ay...que vergüenza más grande...con lo que yo he mirado por tí...y lo que el pobre de tu hermano está luchando...ay...hija de mi alma, tenías que fijarte en el sinvergueza ese...bajuno, deslenguado...con la pinta
de chulo que tiene...ay...que ruina mas grande...ay...que me lo mata...que es capaz de
matarme a mi hijo...!”.
El tito Curro intercedió en la refriega, exhortando a Juan de Dios a que se tranquilizara; le saneó la herida con el botiquín que había en el garaje y le recomendó, por el bien de Rosario, que no volviera al barrio hasta que se calmasen los ánimos.
Juan de Dios, juró y perjuró antes, que mataría al cuñado: “tarde o temprano, lo tengo que coger y cuando lo coja, le parto la boca, tu me conoces y sabes que soy un bestia”.
.- Por eso precisamente, porque se lo bestia que eres, deja que las aguas vuelvan a su cauce y vete para tu casa. Tranquilo, no te preocupes, yo me encargo de vigilar a Rosario; aunque esta noche -cuando vuelva el hermano- montarán el final de la novela, son de esa clase de gente que prefieren lavar sus penas con sangre, antes de donarla a los demás y arreglar las cosas por las buenas.
.- Los chicos se miraron en serio y al punto, rompieron a carcajadas, acordándose de la cara del hermano de Rosario, cuando vió a Juan de Dios correr rabioso de ira hacia el...
¡Tenía toda la cara de una aceituna de oliva, compadre!” .-se mofaba Curro.-
.- “¡Todavía huela a mierda en la calle!”.- se burlaba, Juan de Dios!"
Fragmento de la novela inédita: El Caballero veinticuatro...próximamente.

viernes, 15 de junio de 2012

El caballero veinticuatro -Premier-


De nuevo sonó la puerta del gabinete; los invitados, fueron entrando de uno en uno. Entre ellos se encontraban caballeros de toda clase y condición: empresarios, aristócratas; sacerdotes; políticos; jueces y magistrados. Los únicos militares pertenecían a la familia y eran todos de academia. El grupo estaba formado por unas veinte personas en total, incluidas dos mujeres. Cuando se situaron en el amplio espacio que daba acceso a la biblioteca; el comandante Publio se adelantó y accionó un pequeño dispositivo situado en un anaquel. La inmensa biblioteca se abrió sobre sí misma y el grupo pasó a un magnífico Salón de plenos, lujosamente decorado con venticuatro pinturas naturalistas, enmarcadas en orlas talladas en estilo barroco.
Sobre la fastuosa chimenea renacentista, en madera de roble con incrustaciones de marfil, el cuadro que representaba a Bartolomé Esteban Murillo, presidía la Sala con la inscripción en números romanos -I- suscrita en su parte inferior.
A la derecha del pintor de las inmaculadas, aparecía el retrato del venerable Miguel de Mañara con el número- II- y a la izquierda de Murillo, se situaba la pintura de Juan Martinez Montañés con el -III-.
El resto de óleos, hasta un número de veintitrés, se repartían por los distintos paramentos, representando a los siguientes grandes de la ciudad -entre otros-: Francisco Pacheco -IV-, Herrera el viejo -VI-, Francisco de Ocampos -VII- ,Juan Valdés Leal -VIII, Catalina de Ribera...
Los caballeros tomaron asiento en la mesa, ocupando el número de silla que le correspondía respectivamente.
Cuando se hizo el silencio, el General se puso de pié y todos los presentes se levantaron al unísono. Seguidamente procedió a hacer protestación de fe, según las Reglas y el rito de la logia; invocó los dones del Paráclito y proclamó la mediación universal de todas las Gracias de la que era portadora la Santa madre Naturaleza por obra de nuestro Señor Jesucristo e intercesión del linaje real de la casa de David...
Tras las preces, volvieron a tomar asiento y Rosaura sacó de su bolso una piedra color esmeralda que depositó en el centro de la mesa. A continuación una segunda mujer, colocó un pequeño frasco al lado de la piedra, en cuyo interior se vislumbraba un líquido viscoso color lila. Alguien que actuaba como Secretario comenzó a dar lectura del acta.
En las más de dos horas que duró la sesión; se trataron temas “trascendentales” para la sociedad secreta; asuntos que iban desde la economía de Estado, hasta el gobierno de la nación; se repasó la historia y los personajes que habían influido notablemente en el desarrollo socio-cultural de todos los tiempos; se discutió sobre las tremendas
consecuencias que acarreaban las guerras; de las futuras contiendas mundiales que se avecinaban; del advenimiento del Anticristo; de la resistencia y la larga lista de víctimas inocentes a los que había que redimir; sobre los cimientos donde habría que construirse la nueva Sión, afín de salvaguardar y fortalecer, los vínculos que harían posible la convivencia social y política de las tres religiones monoteistas en Paz, como principio Y fin del nuevo mundo.

Nota.- Fragmento de la novela: El caballero veinticuatro "Divino ignorado"...continuará...

jueves, 14 de octubre de 2010

La Dama del "tizón"

Antes de que Doña María entrase en Sevilla, sus correligionarios partieron a advertirle de los peligros que corría, asi como de los macabros sucesos que habían acaecido sobre su hacienda y matrimonio durante su ausencia. La leyenda del asedio sufrido en la persona de Doña María Coronel por parte del Rey, corrió de boca en boca por el pañuelo de esta ciudad de la “confusión y el mal gobierno” . El pueblo de Sevilla, temiendo la crueldad con la que el monarca impartía su justicia, pero cautivado por las virtudes y entereza de la egregia Dama, le ofreció asilo y selló sus labios sobre donde se encontraba su paradero. Los monjes Basilios que tenían su convento cerca del Palacio del conde Pumarejo la acogieron a Sagrado, dada la firme voluntad de Doña María de ingresar en una orden religiosa. Pero las esbirros del rey acechaban cada rincón y estrechaban el cerco dia a día. Una noche, Doña María coronel huyó bien escoltada hacia el convento de las Clarisas, cerca de la Puerta de goles a orilla del Guadalquivir, pero los ojos del Rey nunca descansan, ni hay torres ni muros que se resistan a una bona bolsa de plata. Así llegó a oidos del cruel monarca, que Doña María, había tomado los hábitos de Santa clara y habitaba el susodicho convento.



La piadosa novicia, convencida de la inminente presencia del Rey, rogó a su superiora que la enterrase viva en el jardín aledaño al claustro. Pedro I, no tardó en hacer acto de presencia en el convento, rodeado por su guardia real, la cual hizo un exhaustivo registro por todas sus estancias y dependencias. Dado que el registro resultó infructuoso, el Rey amenazó con volver, no sin antes culpar de alta traición a cuantos conocieran el paradero de Dña. María o le dieran complicidad o encubrimiento. Pasado el peligro, las monjas en presencia de la madre abadesa, contemplaron atónitas que en el sitio donde había sido enterrado la novicia, creció –como por ensalmo- la hierba fresca. Rescatada Doña María coronel de tan pavoroso escondite, manifestó a la comunidad su expresa voluntad de no querer poner a sus hermanas en tan apretado riesgo: “Si es voluntad de Dios, iré por mis propios pasos y sin ofrecer resistencia, me entregaré al Rey”.

-puede que esta otra fuera la respuesta obtenida por parte de la Superiora: “No es preciso que os entregueis, el Rey, vendrá de nuevo por vos y sabreis actuar en consecuencia, de acuerdo con la voluntad del altísimo”. Así fue como Doña María Coronel, espero el definitivo lance del Rey, amparada en la voluntad de Dios y una fe y entereza inquebrantable. Mientras Don Pedro I- prometía a Doña María, todo el poder y la gloria de un trono, si accedía de buena voluntad a la razón de sus obsesivos amores, la virtuosa Dama, premeditadamente , asía con todas sus fuerzas un perol de aceite hirviendo y lo derramaba contra su cara y sus manos, que quedaron al punto desfiguradas con estrépito.



El Rey, cayó consternado y preso de tan inesperado suceso, huyó despavorido de la escena. El hecho, circuló por Sevilla a velocidad de vértigo; y la fama de doña María coronel fue envuelta con aromas de santidad por toda la ciudad. Temeroso y cobarde ante Dios, más que sinceramente arrepentido, el Rey procuró deshacer sus agravios con la promesa de devolver a doña María el señorío de Gibraleón y sus haciendas en Sevilla, pero la “Desfigurada Dama” solo aceptó que volviera a otorgarle escritura sobre su antigua propiedad, para fundar en ella el hoy convento de Santa Inés –aledaño a la parroquia de San Pedro- en la actual calle que lleva su nombre. Desde allí ha llegado a nuestros días su cuerpo incorrupto ó momificado, expuesto a la veneración o curiosidad de los fieles o profanos que deseen visitarlo. Entre las sombras de tan patética visión, se esconden los visos de su malograda historia convertida en leyenda de Sevilla para la eternidad. Cada 2 de Diciembre, se puede contemplar su cadáver, expuesto en una urna en el trascoro del Convento de Santa Inés. (bien producto de nuestra imaginación o por puro milagro, incluso se le pueden ver las cicatrices que produjo el aceite hirviendo en su cara).


miércoles, 13 de octubre de 2010

El Rey que perdió la cabeza

Quizás fuera el Palacio del Conde Pumarejo, lugar idóneo para las citas clandestinas del rey patrocinadas por tan leal anfitrión. Sus cuidados jardines ocupaban lo que hoy es la popular plaza que lleva su nombre lindando con la antigua calle real. “Mármoles traidos de las lejanas tierras, maderas costosas, plata oro y marfil, complicadas teselas, hierros de forja afiligranada, elegantes yeserías, brillantes pinturas, plantas y árboles rarísimos, reunión Don Pedro procedentes de los excesos decorativos del Alcázar y la generosidad que le dispensaba el monarca. Puede que sucediera una noche de primavera encantada a la luz de la luna, cuando los jardines exhalaban el perfume de la efímera flor del limonero y la estancia se embriagaba del aterciopelado aroma de los rosales, entre la suave armonía del laud y la danza sirviendo de fondo al romance apasionado de los juglares, que el Rey la descubriera deslizándose como una diosa en medio del olimpo cortesano y cayese rendido sin sosiego ante la plenitud de sus encantos. Se llamaba, María Fernandez Coronel y la fama de sus virtudes y belleza la precedía por toda Sevilla. Con tan solo quince años, había sido desposada con el infante, Don Juan de la Cerda,  Señor de Gibraleón. Conocedor el rey Don Pedro de la inclinación política del esposo de la pretendida Dama (seguidor del infante bastardo, D. Enrique), conciente de las facilidades que le deparaba la situación de cara a sus seductores propósitos, comenzó un asedio implacable, que no atendió a razones ni intereses de índole alguna. Ni los sabios consejos del Conde Pumarejo, ni las estrategias marcadas a tenor de la amenazante guerra civil, frenaron al Rey en el ímpetu soberano de conseguir los favores de tan deseada Dama.







 En sus continuos escarceos nocturnos por la ciudad –burlando hasta su misma guardia personal- el rey, ahogaba su fiebre de delirio en las tabernas más depravadas, así como se batía en mortal duelo, con todo aquel que osase poner en duda sus delirios. Una noche, en la collación de la alcaicería de la seda, dio muerte a un bellaco que difamaba el nombre de María de Padilla, acusándola públicamente de concubina del rey. El pueblo reclamó justicia, toda vez que un testigo avizor, presenció el suceso tras los cristales de su balcón, reconociendo al autor del crimen en la persona del monarca. Su cabeza, quedó para siempre convertida en leyenda en esa esquina, con un busto de piedra, retrato del soberano, como símbolo de la justicia que el mismo quiso imponerse, por haber dado muerte a un hombre en la alta noche. Ni la irresistible hermosura de Doña María coronel, ni las pruebas visibles e invisibles del amor que profesaba a su esposo; ni siquiera las súplicas y ruegos derramados como río de lágrimas en el lecho, lograron persuadir a Don Juan de la Cerda para salir en armas a defender la causa del infante bastardo, Don Enrique,  en cruel guerra civil, abandonando a su suerte hacienda y esposa. Acontecimiento que aprovechó el rey don Pedro, para llevar a cabo sus planes de acoso y derribo contra María Coronel, de acuerdo con sus maquinadas premisas. Dando orden de apresar a Don Juan de la Cerda, asaltando su séquito en una emboscada y trasladándolo cautivo a la torre del Oro. Posteriormente el rey se trasladó hacia Tarragona bajo la argucia de poner orden en el Reino de Aragón. Presa de ansiedad y atormentada por la ausencia de noticias y la suerte que corría su esposo, Doña María coronel, desatendiendo  los prudentes  consejos de sus familiares, viajó al encuentro del Rey a tierras catalanas para implorar misericordia a favor de su amado esposo. Solo Dios sabe y la historia  otorga con su silencio científico, el verdadero alcance del encuentro del Rey con tan anhelada Dama; la angustia, amargura y desesperación de Doña María, arrojada a los piés del monarca, implorando merced para su amado, tanto como el precio que tuvo que pagar la Sra. de Gibraleón para reparar su estado de pánico y zozobra. Parece que Don Pedro el cruel, no pudo resistir la pasión de tener a Doña María entre sus brazos y la calmó con mentiras dignas de un Rey y merecedoras de la villanía del peor de los hombres. Juró soberanamente que su esposo D. Juan de la Cerda continuaba vivo y a buen recaudo en la corte de Sevilla e hizo votos de que, tanto Ella, como su familia seguirían disfrutando de los privilegios de su dignidad, bajo su protección. Para entonces, el Rey, ya había ordenado la muerte de D. Juan de la Cerda e incautado todos sus bienes, dejando a Doña María Coronel en la más despiadada pobreza.

lunes, 11 de octubre de 2010

"Esta es la ciudad"

 

“Cuando en sus paseos a caballo por las afueras de la población, ve la puerta que comunica con el cementerio de los Moros, viene a su memoria la lápida que para escarnio colocó un avispado musulmán, que, sin más derecho y autoridad que su ingenio y malicia, cobraba el impuesto de “Almalcabra” por los cadáveres que de la ciudad salían: lápida que por sarcasmo decía: Esta es la ciudad de la confusión y el mal gobierno."  (Santiago Montoto- Biografía de Sevilla)


Por las calles solitarias, como alma en pena, se veían procesiones de penitencia, imprecando el remedio a la gran mortandad causada por la epidemia. Procesiones al son del muñidor de duelo que salían desde los conventos de San Francisco; San Pablo; San Agustín y la Trinidad. El Cabildo Catedral verificaba devotas rogativas, a las que asistían los reyes y el arzobispo, los nobles atendían con sus generosos donativos a los necesitados y facilitaban trigo y especies y el mismo arzobispo, Don Nuño, favoreció con cuantiosas sumas de su pecunio, para aliviar en la calamidad.

En pleno rigor de las calores de Agosto, cuando la ciudad, parecía mitigar los estragos que causaba la peste, el pueblo contempla con horror, que el mismo Rey era víctima de las terribles calenturas. La corte, vestida de luto, recorría en procesión de rogativas las calles para hacer estación en el Monasterio de la Orden de los Padres Predicadores, y orar ante la venerada imagen de la Virgen de las Fiebres abogada de los apestados. Doña María de Portugal, madre del monarca, formuló promesa e hizo voto de costear una escultura de plata, representando a Pedro I, en actitud suplicante y colocarla a los piés de la Virgen de las Fiebres y así lo hizo felizmente, al comprobar en el mes de Septiembre, que el monarca había sanado. Por cuya efeméride se celebró solemne procesión –en acción de gracias- desde el Alcazar hasta la iglesia de los dominicos, atravesando las calles jubilosas de Sevilla, envueltas en volutas de incienso, para seguridad de la salud del Rey convaleciente, que en persona presidía las gracias a la milagrosa imagen.
Restablecida la salud del Rey y sus ansias de poner orden y gobierno en la ciudad, nombra caballero veinticuatro a su fiel amigo el Conde Pedro Pumarejo, en un afán porque la nobleza llana, ocupara cargos importantes y así lo hizo rico hombre y lo armó caballero en solemne ceremonia militar. Era Don Pedro Pumarejo íntimo de la poderosa familia de los Padilla, avecindada en la collación de Santa Marina. El Conde Pumarejo, había servido con lealtad y discreción, como cómplice en la andanzas amorosas entre el Monarca y Doña María de Padilla, contribuyendo con su fervor hacia Sevilla, a que el mismo rey, Pedro I, trasladase su residencia a orillas del Guadalquivir, resolviendo directa y personalmente los asuntos de gobierno.
El Conde Pumarejo no sólo proporcionaba a su rey, las más apetecibles prebendas en cuanto a suculentos banquetes y fastuosas veladas cortesanas, empero que le hacía cobrar las más hermosas doncellas y singulares Damas, para satisfacer sus noches de concupiscencia y desenfreno. Así corrío por Sevilla la leyenda que convertiría al monarca –cruel para la nobleza y justiciero para su pueblo- en ídolo popular, rematando alguno de los rincones, con los trofeos que amparaban –una cruz- en la Plaza de San Gil, donde yacía un clérigo, a quien el monarca enterró en vida, por negarse a dar sepultura a un pobre, si no cobraba sus obvenciones….

continuará

domingo, 17 de enero de 2010

VERLE TRABAJAR ERA UN PLACER


"yo, Martinez Montañés, quedo en terrible postración tras la muerte de mi muy querido alumno, ayudante y amigo, Juan de Mesa. Gran recuerdo y admiración ostenta quien tuviere tal alto el digno sentido de su trabajo. Verlo trabajar era un placer, pues no falto de ningún saber en su labor, era minucioso y gran conocedor anatómico y bueno en la definición de los más detallados apuntes y dibujos del cadáver"

" En veinte y seis del mes de Junio del año mil quinientos ochenta y tres fue bautizado Juan, hijo de Juan de Mesa y de Catalina debe lasce su madre, fueron padrinos Diego de Guzman y María Gutierrez. Ldo. Ferdo de Samiguel (Rubricado)".


En el año 1606, Juan de Mesa deja su Córdoba natal y se traslada a Sevilla, para formar parte del taller del gran imagninero, Juan Martinez Montañés, donde permaneció por espacio de cuatro años, hasta 1610, nombrando como "curador" al ensamblador Luis de Figueroa para, como se estilaba en aquella época, otorgar la correspondiente escritura de aprendizaje que se firma el día siete de Noviembre de 1607. La fecha de terminación del aprendizaje, se determinó el día uno de Noviembre de 1610..."el maestro se comprometía a enseñarle el oficio como él sabe" e igualmente al finalizar el plazo establecido, se le entregaría: "un vestido nuevo compuesto de saya, ferreruelo, calzas de paño cordobés, jubón de lienzo, dos camisas, un sombrero, dos cuellos, unas medias, zapatos y un cinto"...



Muestra de Juan de Mesa, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla


viernes, 18 de septiembre de 2009

AGUAS PRIMERAS


Rula viento noroeste que hace oscilar tu escudo de bronce como faro que guía la senda inescrutable donde migraron los vencejos. Huyeron las aves a sus nidos, bajaron las nubes con forma de llave para cerrar el cielo. Sabiéndote cerca, los truenos no quisieron despertarte del sueño; sólo el fósforo del rayo, encendió tus dominios con luces de espasmos. Tus ojos se tornaron, se estremeció tu cuerpo de giganta enfrentada a la soledad de las alturas y brilló tu sonrisa alabando el olor a tierra mojada que te acercaba el aire. Son las primeras, no por lejanas en el tiempo, sino por esperadas; aguas, que no lluvias, porque aún no han recobrado la fuerza torrencial con la que te bautizan cada año. Son las primeras aguas, insolentes, soberbias, que llegan como un mayo celebrando la espalda mojada del juego inocente ó sembrando desgracias con ímpetu irrefrenable, al correr desbocadas con sus crines al viento de levante. La augusta dama, ya ha sentido su pertinaz caricia, nosotros –mientras tanto- gozamos con el nuncio de su gris elegante, apenas las perlas de un rocío con transparencias malvas, que van cuajando el aire de pureza. Los cristales reflejan tus lágrimas primeras, la tierra palpita jadeante desde su árido suelo de adoquín o barbecho: Madre de todas las vidas, diosa de la fertilidad, dadnos tu riego y muéstrate benevolente, romántica y sabia en tu llegada, aunque nunca lluevas a gusto de todos.

domingo, 5 de julio de 2009

"Despiertate, Catalina" que Jesucristo te llama...

Se Dice que era una tradición consolidada en Sevilla, ver a estas mujeres que habían consagrado su vida a la castidad –sin necesidad de voto- y servían a Dios fuera de los conventos. Vestían hábito religioso sin distinción de pertenecer a ninguna orden o compañía. Era común a todas ellas que vivieran recogidas en sus propias casas o en los “emparedamientos” voluntarios. Por encima de su carencia de medios económicos –llámese dote- no era la pobreza extrema únicamente, la causa que les impedía acceder a la vida monástica, sino también su propia manera de entender la religión, incompatible con las reglas y las normas y reacias a toda disciplina. Se dice que la mayoría de estas mujeres optaron por la castidad, como vehículo de purificación, practicando la virginidad o rehusando a un segundo matrimonio, ya que muchas de ellas eran viudas.
Cuentan las crónicas del siglo de oro, que la proliferación de estas beatas, no fue más que una consecuencia de la religiosidad que vivió Sevilla desde del siglo XVI, adquiriendo la proporción de auténtica histeria religiosa en la ciudad a comienzos del siglo XVII. Entre estas mujeres, descolló, Catalina de Jesús, una beata de 30 años con escasos medios materiales y económicos y no menos capacidad intelectual y teológica, que abogaba por una simplicidad religiosa que disfrutaba en libertad de movimientos y expresión, hasta que a comienzos del s. XVII ,la inquisición sevillana, tomó cartas en el asunto y procesó y condenó, la secta liderada por Catalina.
Catalina de Jesús era una mujer errante, limosnera, solitaria aunque formara parte de una comunidad esporádica. Según se desprende de sus interrogatorios, Catalina daba un perfíl charlatán y autocomplaciente , probablemente más cercano a la picaresca que a una santa o mística como se la consideraba entre sus correligionarios . Catalina de Jesús fascinaba al vulgo con sus excentricidades, entrando en éxtasis para hablar directamente con Dios o con la Virgen e imprecar los favores y gracias de las ánimas del purgatorio. Ganaba los espíritus ingenuos, atreviéndose a predicar y jactándose de poseer dones proféticos.
En el solemne y distendido Auto de Fe, celebrado en las gradas de la Catedral el 29 de noviembre de 1.624, Catalina confesó sin pudor: "que tuvo trato y comunicación con cierto sacerdote con quien se encerraba de ordinario, dejando muchos días de fiesta de oír misa y él de decirla por estarse juntos y daban por disculpa que no los obligaba el precepto, por estar embebidos en el amor de Dios. Y entrando en una ocasión cierta persona en su aposento y hallándolos en la cama desnudos, el sacerdote fingió no ser él, sacando la lengua y haciendo visajes y ella le decía que era el demonio que la venía a tentar", y con la arrogancia que le caracterizaba, intentó convencer al testigo de que ella había llegado al estado de perfección y aunque les hallase así en la cama no era pecado mortal. Su relación carnal con aquel sacerdote estaba impregnada de símbolos religiosos: "y el sacerdote la comulgaba todos los días y después la babeaba la boca con la suya, diciendo que recibiese el amor de Dios".
Como vereis, han tenido que transcurrir poco menos de cuatro lustros, para reparar en que poco a cambiado la situación en nuestros días. Aunque ya afortunadamente hace muchos años que no existe la Inquisición (o mejor dicho, que no ejecutan sus procesos en autos de fe públicos), no por ello sentimos escalofrío al pensar en su manera de actuar y sobre todo en el nombre de quien lo hacían. Sí podemos observar la huella de estas mujeres descendientes de las antiguas “Beatas” del siglo XVI, que continuan prestando sus servicios de delirantes visionarias, a través de la quiromancia y el santerismo, esta vez cómodamente sentadas a la mesa de camilla de su casa o asomadas a las cutres pantallas de las televisiones locales, mostrando el número de enganche que aparece en el televisor o recabando mensajes al 7¬¬___
Nota.- Las beatas eran pobres de solemnidad. Sus inventarios testamentarios lo delatan y lo prueban. No necesitaban hacer voto de pobreza. La beatería era un medio de salvar aunque fuese momentáneamente la miseria material recabando la caridad ajena, tanto la privada como el patrocinio social, y para satisfacer las ansias religiosas de una ciudad cada vez más obsesionada por los asuntos relacionados con el más allá. La vida material cotidiana de aquellas mujeres se manifiesta en la humildad de sus bienes: andaban de acá para allá vestidas con hábitos de estameña o lana torcida, generalmente franciscana, cubiertas sus cabezas y hombros con tocas o mantos también de lana, basquinas frailescas -una túnica o saya desde la cintura al suelo, cuya parte inferior tenía mucho vuelo-, alguna que otra camisa y un par de servillas para los pies, dispuestos a tanto caminar en busca de una limosna a cambio de una oración. Sus ajuares caseros, viviesen en sus propias casas, o acogidas por el favor de algún devoto, eran tan austeros, sobrios y pobres que se reducían a lo imprescindible. Posiblemente esta pobreza les impedía ingresar en un convento, donde exigían elevadas dotes.

fuente: http://personal.us.es/alporu/histsevilla/clerigos.htm

jueves, 16 de abril de 2009

1.620

Habías mirado el reloj para frenar la arena del tiempo, eran las 16 y 20 de la tarde. Tarde de un siglo de oro que se enmarcaba bajo el medio punto del Paraninfo. La egregia Fama tocaba la trompeta del silencio reservado a la atención de los dioses. Dios sereno y bañado por la luz de miel que tanto alumbró los mantones de las viejas cigarreras. Dios dormido en la cruz donde la Buena Muerte, sueña con la vida eterna. Divino ignorado que hace llorar por dentro y exhalar por fuera suspiros de admiración. Eran las 16 y 20, exactamente la hora en que la perfección se hacía silueta recortada en el delirio azul de la Alcazaba y todo aquel que la miró, notó la unción de semejante dulzura. Entre la tiniebla de los cuatro hachones, la vida se preguntaba, aquello que diría el poeta: ¿esto de tu Cruz es muerte?...yo quiero morir contigo, pero la tarde perfumada de incienso, alargaba su sombra hacia el beso oferente de cales y balcones, buscando entre silencios el monte de un calvario. No lo había, no puede haber calvario ni calavera, donde el morao del lirio se hace espesa ladera para reposarte. Se paró el tiempo, miraste el reloj y era la misma hora – 1620 - la tarde del mismo siglo que se hizo eterna, desde que espera ver Tus ojos entreabiertos, despertar a la luz en cualquier momento del Martes Santo.

martes, 10 de marzo de 2009

Nazareno de Escuela




Habían fabricado un cielo a su altura y no daban con él, porque lo tenían delante. Era un cielo de atormentadas visiones, los que no lo veían los tomaban por locos. Salían a su encuentro cada mañana como auténticos penitentes tras luces y sombras. El primer trazo de un pájaro en el aire les distraía, la silueta de un cúmulo, los abrumados cirros transformados en jirones, grababan en sus mentes cabelleras de santos. Las manos de los hombres en el quehacer diario, serían futuras manos de atónitos sayones. El fruce de los ceños, la arista de unos labios el perfil indolente al final de una barra, darían forma a la inédita idea preconcebida. Sus pasos no sentían la tierra que pisaban, su amor no consentía amar a otra persona, su amor era invisible, de todos y de nadie, amor en puro trance, amor en celo. Se cubrian con el manto oscuro de la noche, lo bordaban de estrellas, de espinos y de cardos, recorrian los caminos de hojarasca, atisbando la perfección que nunca alcanzaban, perdidos en un campo de terciopelo y oro sembrado de tules. Entre las polorientas tablas de sus talleres, los bustos inconclusos, los torsos decapitados y los mutilados brazos, ensayaban un juego en busca del cuerpo imposible. Sólo el aura de luz, lograba encender la expresión con su rayo. Bombo y perfiles soñando en el lienzo de la madera en bruto, virgen, sin templo ni cartelas; esquinas desnudas, esperando la ronda de los pasionistas ángeles o el hueco dispuesto para la pluma, el león, el toro y la serpiente que rodea el caiz de los cuatro evangelistas. Habían fabricado un cielo a su altura y brillaban en él sin miramientos. Divinos ignorados por el Dios extraido del cedro, aquel Dios que decían, hallábase en los nudos de la espiral del tiempo. El Dios en el que tantos encontraron salvación y consuelo sin pararse a pensar en las manos que a Imagen y semejanza lo concibieron. Cuando los palios lloren vaivén de plata añeja; cuando los cirios rebosen su luz de miel en candeleros, cuando los mantos recogan sus brillos de alta noche oscilando entre fulgidas llamas de guardabrisas, en un rincón perdido, el buril de un esteta dará un golpe en el yunque con el tas del recuerdo, temblor y latido del mismo corazón de la Semana Santa más natural de Sevilla.

domingo, 25 de enero de 2009

LAS MANOS DE LA AMARGURA

ANTONIO SUSILLO.

Cuenta la leyenda que Antonio, dejó en la Señora de San Juan de la Palma, las manos de toda la Amargura existencial que padecía. Las manos del niño aquel que jugaba con barro de la Alameda, a modelar sus sueños de escultura. Aquellas manos emprendedoras que pronto surcaron los cielos del éxito, hasta alcanzar la cima de la diosa Fama en la segunda mitad del siglo XIX. Desarrolló sus estudios de Bellas Artes en la ciudad del Amor y en la eterna Roma. Quien sabe, si para cuando volvió a la Julia Rómula, las consecuencias de tanto amor y arte cosechados fuera, no forjarían el malogrado destino que le aguardaba. Dicen que fué la infanta Maria Luisa su mecenas artístico; la que advirtió los talentos que encerraban aquellas figuritas de barro que el niño modelaba en el suelo de la Alameda. Pero nunca segundas partes fueron buenas y menos en el amor y el dinero, que están reñidos con la felicidad -si es que la felicidad existe. Antonio Susillo gozaba del mayor prestigio y reconocimiento social, tanto en lo personal como en lo artístico donde era escultor de cámana en la corte sevillana de los Montpernier;para los Duques, remató las balaustradas de su palacio romántico de San Telmo con las esculturas de los caballeros principales: Velazquez, Murillo, Montañés, Miguel de Mañara...y para el erario público, embelleció las más galanas Plazas de Sevilla, con el bronce munumental del pintor de la verdad y la herocidad de Daoiz. Pero todo aquello lo hubiera sacrificado el genio en aras de un gesto de cariño y admiración; el mismo que le negaba su segunda esposa, cuya ignorancia artística empozoñada por la ambición y el materialismo le solía espetar: “creí que me había casado con un artista y nó con un albañil”. Todo el peso del bronce y la piedra transformada en arte, se derrumbaba ante la vileza del amor contrariado. Por el amor de una mujer, Antonio estaba dispues a sacribicarlo todo, incluso fama que perseguía y la gloria que casi tocaba con sus manos. Las manos de la Amargura le dieron una señal divina. Fué tras el incendio fortuito que sufría la Virgen con San Juan, cuando un infausto Domingo de Ramos de 1.892, salía ardiendo en su paso de palio a la altura de los palcos del Ayuntamiento. La Señora se salvó por el gesto heroico de un “guardia” de la época, pero resultó seriamente dañada en su rostro y perdió sus manos. Antonio Susillo, fué designado por la Junta de Gobierno de la Hermandad para la restauración de la Virgen y la reposición de sus manos. ¿quien otro podría ser, el mejor garante para tan delicada empresa?.¿Podría enfrentarse el insigne escultor al rostro de la más Amarga de todas las penas?. Está claro que sí, que la Virgen le mostró el mejor espejo donde pudiera ver reflejada su Amargura; por eso le talló las manos más exactas; las manos de la única Amargura que podía soñar para la madre de Dios, sus propias manos hinchadas de Amargura...porque el Dolor cuando es tan profundo y desalmado, desgarra los órganos y dilata las carnes. Antonio Susillo depositó en la Señora de San Juan de la Palma, las manos de toda su Amargura -la Amargura en sus manos de Virgen y la otra Amargura del hombre que camina sin rumbo por la calle de enmedio hasta encontrarse en el campo santo de la desolación, con su imponente Cristo de bronce, sobre la cima del calvario donde reposan en ¿Paz? los que se dice, pasaron a mejor vida. Antonio Susullo salía aquel día de su casa como un poseso, tomó el camino de San Jerónimo con el firme propósito de arrojarse al tren. Se miró sus manos y vió las de aquel niño que soñaba esculturas jugando con el barro de la Alameda; aún tuvo tiempo de pensar en el escarnio que supondría para sus discípulos y admiradores recoger, los restos de su cuerpo descuartizados por el tren. Regresó a casa por la vieja pistola que recordaba; sería más dulce y romántica -a la moda de la época- esa triste forma de acabar con su vida. Volvió a mirarse las manos: eran las manos de la Amargura. Nadie oyó el disparo, tan sólo una bandada de abejas laboriosas, que dedidieron entonces fabricar una colmena en el vacío de su Cristo de bronce. La miel brotó por la boca del Crucificado, desde entonces, Sevilla y el mundo lo conoce por el Cristo de las Mieles.

martes, 20 de enero de 2009

LA ROSA DE SAN LORENZO




LA ROSA DE SAN LORENZO La natural belleza de María provocaba el jolgorio de los pajarillos del corral, que en sus jaulas sencillas, le cantaban las mañanitas como al mismísimo Rey David. Su cara fresca, enjuagada por infusión de rosas. Su pelo negro y ondulado a la moda de los felices veinte años; su figura esbelta y sus piernas interminables, aireaban el fuego de los más inconfesables deseos en toda la feligresía masculina, así como el rumor infame en las lenguas de doble filo. María salía a la misma hora, todas las mañanas a entregar sus encargos de modistilla y era tal la gracia y el garbo de sus largos andares, que los hombres aprovechaban cualquier excusa para verla de pasar. El zapatero hacía como que estaba barriendo su puerta; el tabernero mareaba los barriles; el guarnicionero sacudía las pieles; el tendero remangaba las sacas de legumbres y todos volvían la cara lanzando sus ayes al aire: “si tú quisieras María”… La niña del Dulce Nombre, ejercía su oficio en las casas señoriales del barrio de San Lorenzo y la collación de San Vicente; casas donde servía a las ilustres damas en el corte y confección de encajes de chantillí y sedas de damasco que transformaba –con la delicadeza de sus manos- en primorosos visillos y suntuosas cortinas. En los patios florecidos de limón y primavera o refugiada de la inclemencia del tiempo, en los perfumados corredores de geranios y gitanillas, la hermosa doncella, había tenido que soportar –entre puntada y puntada- el asedio silenciado de los “señoritos” aduladores, que aguardaban su turno para clavar el aguijón de las deshonestas insinuaciones a la joven. Por aquel tiempo, había establecido casa-taller en la calle San Vicente, un joven escultor, llamado a ser el gran revulsivo de la imagineria moderna en la Semana Santa de Sevilla. Quedose prendado el joven maestro, no más contemplar el rostro y hechuras de la Niña del Dulce Nombre. No tardó el escultor, en mandar recado a la joven a través de su aprendiz de confianza al objeto de encargar a María un trabajo de alta costura para su taller. La hermosa doncella, acudió solícita a la cita en el lugar y fecha indicado. El imaginero la estaba esperando y al ser anunciada, la recibió con todo el rigor de su cortesía; le rogó que tomara asiento frente a la mesa de su despacho y se despojó de la bata de faena para rendir honores a la abrumadora belleza que tenía delante. Al instante que clavó sus ojos en las pupilas melosas de María, tomó conciencia de su sueño de artista convertido en realidad. Aquel ideal de belleza inalcanzable, que tantas noches lo había mantenido en duermevela, se mostraba ante sus ojos cobrando cuerpo y forma. La cara de María era el rostro vivo y palpitante de la dolorosa sevillana, prototipo de mujer andaluza; estaba dibujada en la tersura de su frente; en la caida armoniosa de sus párpados; la veía claramente reflejada en la profundidad de sus ojos, en la perfecta ladera de su nariz , en el sereno rubor de sus mejillas y en la comisura de sus labios fragantes. Antonio, que así se llamaba el escultor; no pudo ni un momento ocultárselo a la joven: María, tiene que posar para mí. Vd, es el modelo que yo estaba buscando…no puede ser otra…María, se lo ruego encarecidamente, disculpe mi atrevimiento y osadía. La joven, se sintió en primera instancia ofendida, frunció el seño, se hizo ostensible su enojo y cierto aire de indignación nublaron la expresión de sus gestos; un deseo irrefrenable de salir corriendo del despacho le asaltaba en la mente, sin embargo sus piernas se aflojaron y las gotas de un sudor frío perlaron su frente como lágrimas de dolorosa. Pero –por favor, Don Antonio, bastante fama tengo ya en el barrio, como para frecuentar su taller en calidad de modelo- lo siento pero se ha equivocado de persona. -María escúcheme, se lo suplico- sólo le pido una tarde...quizás una mañana más, el tiempo preciso que tarde la luz en recrearse en su cara y acariciar sus manos. Si Vd. no lo entiende, hágalo al menos por amor al arte y si es mujer temerosa de Dios -como supongo- su Madre Santísima sabrá premiárselo con creces. Se lo aseguro, María. ..
A los pocos meses de la entrevista, Antonio entregaba su primera Imagen Dolorosa para Sevilla a una Cofradía cercana al taller. Cuando los oficiales de la junta de gobierno, presenciaron la obra terminada, se miraron unos a otros estupefactos. El escultor intercedió de inmediato, para romper el asombroso silencio que se había producido en el habitáculo: ¿Señores, es que acaso la imagen no es de su agrado?. Todo lo contrario, replicó el hermano mayor de la Cofradía, su belleza es abrumadora, pero sus rasgos parecen tan humanos que es la viva imagen de María:- la rosa de San Lorenzo-. Pese al parecido asombroso con la vecina más hermosa del barrio -añadió el máximo dignatario de la Hermandad- dejemos que Sevilla otorgue y saquémosla bajo palio este año. La reacción no se hizo esperar, cuando la Virgen salió esa Semana Santa, a su paso por las calles del barrio, todo el mundo prendado por la belleza de la nueva Dolorosa, comentaba al verla: miralá -si es María, la Niña del Dulce Nombre-.
Mientras en algún patio de San Lorenzo, una rosa se marchitaba en silencio -puntada a puntada-tejiendo la propia mortaja de un amor imposible. Terminada la Semana Santa de aquel año, Antonio, tuvo que suavisar los rasgos de la Dolorosa, por unanimidad de la Junta de Gobierno de la citada cofradía.

miércoles, 14 de enero de 2009

EL "DIVINO IGNORADO"

Rondaba por su cabeza el rostro de Dios hecho hombre: Jesucristo aquel que había de ser el Señor de Sevilla. Aún ejercía, como oficial, en la Casa-Taller del insigne maestro; cuando llegó el encargo de un Cristo cruxificado y a sus pies, abrazada a la cruz, la imagen de María Magdalena. Martinez Montañés, curtido en los vericuetos y desavenencias que traían consigo la obligación de suscribir contratos, máxime cuando provenían -como en esta ocasión- de la influyente Compañía de Jesús- delegó inmediatamente las hechuras del futuro Crucifijo a su aventajado discípulo, Juan de Mesa, como garantía y al mismo tiempo cura de salud de ulteriores litigios. Los pormenores del contrato, quedaron fijados de obligación, ante la fé de escribanos y el mutuo acuerdo de partes en el año de gracia de 1.620 (13 de Marzo)
El “divino ignorado”, tenía que plasmar en la noble madera de cedro, la Muerte de Jesucristo; sabía que no era una de las tantas muertes que había visto reflejada en los perfilados rostros de la morge, cuando estudiaba detenidamente cada rasgo cadavérico, el más mínimo atisbo de rigor, para retratarlo en su mente prodigiosa, sabía que esta Muerte había de ser distinta, pues era por entrega y puro Amor a los hombres y sólo podía llamarse de una manera: La Buena Muerte. Por eso, aun teniendo incubadala la idea del Gran Poder de Dios, la reservó en el altar de su frente, donde le tenía expresamente consagrada una calle de la Amargura por donde habría de caminar el verdadero hijo del hombre, doblado por el peso de la cruz, pero radiante de misericordia. Esta vez se trataba -nada más y nada menos- de esculpir el supremo consumo: “consumatum est”, el dulce sueño de la Vida Eterna, que reposaba serenamente dormido, después de entregar su espíritu al Padre. Y vive Dios que lo consiguió -el divino ignorado- al terminar de labrar la imponente imagen del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, donde hasta los más drasticos estigmas de la pasión se tornan remansos de sangre, buscando el caudal redentor de su abierto costado. Pero...¿qué pasó con la imagen secundaria de María Magdalena? -conociendo la magistral obra del “divino ignorado”- Juan de Mesa, habría de tallarla a la altura de calidad y técnica del magnífico Crucificado. Temeroso de Dios, conocedor de los evangelios, incluso me atrevería escribir, devoto oyente de los apócrifos y leyendas soterradas como los escritos del mar muerto, Juan de Mesa, tendría bastante claro que María Magdalena, era algo más que una redimida seguidora de Cristo; algo más que uno de los doce hombres que eligió como discípulos.
No era normal su absoluta entrega, su presencia continua, la manera con que esa Mujer seguía al Nazareno, hasta las últimas consecuencias y más allá del conocimiento que nos dejó impreso la misma historia. La docta compañía de Jesus, tan discutida como indiscutible en el primer tercio del s. XVII, conocía algo más del papel que la Iglesia le atribuía a María Magdalena. El Divino ignorada también lo intuía; sabía que algo sublime encerraba la presencia de la más fervorosa seguidora de Cristo, cuando el mismo clero, había escogido la forma inonoclasta de representarla siempre, abrazada a la Cruz...¿qué encerraba el misterio de María Magdalena la siempre inseparable discípula del Crucificado?. Otro interrogante más que unir a la vida y obra enigmática del “Divino Ignorado”...¿cuantas cosas de valor, se perdieron en este eclipse que duró más de dos lustros, soterrando la autoría de las obras del más grande imaginero de la Semana Santa de Sevilla? ¿Qué suerte corrió, aquella imagen de María Magdalena -de indudable categoría- que formaba grupo escultórico con el Cristo de la Buena Muerte? ¿porqué se perdió su pista, entrando a formar parte de ese Código de Vinci, que la situa mutilada en un prestigioso museo de la capital del Reino?. “Ego fecci, Joane de Mesa, anno 1620 (8 de Septiembre)”.
a Fernando Carrasco, por haberme mantenido tres días en suspense con su novela: EL HOMBRE QUE ESCULPIÓ A DIOS.

Ver artículo ABC de Sevilla: "La Magdalena perdida" (Antonio Cattoni )
http://valencia.abc.es/hemeroteca/historico-14-03-2007/sevilla/Cordoba/la-magdalena-perdida_1631971625932.html

lunes, 24 de noviembre de 2008

EL SECRETO DE “LA ROLDANA”  ad nos converte. FINAL


Son tantos los encargos que desarrolla la escultora en estos años de Cádiz y tan grande la maestría adquirida en todos los trabajos realizados, que dos años después marcha con la familia a Madrid bajo la protección del que era ayuda de cámara del rey Carlos II. El carácter de Luisa Ignacia es sensible y afectivo aunque también valiente y decidido, lo ha manifestado con la decisión de contraer matrimonio aún sin el beneplácito familiar. En estos años es difícil que una hija dé ese paso en contra de la familia. Ya en Madrid solicita la plaza de escultora real, presentando pequeños y deliciosos grupos escultóricos con la intención de conseguirla. Por fin obtiene el título en octubre de 1692, realizando la imagen de Santa Clara para el convento de las Descalzas Reales, obra que firma como escultora de cámara y esculpiendo también, por encargo del rey, su obra cumbre, el arcángel San Miguel con el diablo en los pies que se encuentra en El Escorial. El trabajo en palacio no mejora su situación económica, puesto que los impagos eran frecuentes. La artista tiene que recurrir a su firme carácter para recuperar el dinero que se le debe. (Notas Biografía de la Roldana.- Conocer Sevilla- Arte Sacro)
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Pero Luisa vive aparcada en el recuerdo de aquellos meses que pasó en el Hospital de de las Cinco Llagas de la ciudad que marcó su inspirada obra. Tiene grabada en su mente la mirada de aquellos misteriosos ojos descritos por el talento de su padre: ¿qué haría vuesa merced si le cupiera el honor de retocar –illos tuos misericordes oculos -absolutamente nada- mi querida hija, son sencillamente perfectos, únicamente añadiríale las cinco lágrimas (como las que dan nombre a esta sede). Quizás un leve, casi imperceptible frunce en el entrecejo que resaltara el halo de melancolía de quien conoce la embajada del angel de Señor y la profecía de Malaquias: “una espada de dolor te atravesará el pecho”. Y en cuanto a su perfil risueño y aniñado, Padre: ¿qué se le ocurriría a vuesta merced?. Acaso algún artista que se precie, osaría perturbar el misticismo que irradia su boca entreabierta, señal inequívoca de la que conoce el final feliz de su Divino hijo Resucitado…Ella es la más perfecta definición de María en su dulcísimo misterio de la Expectación et spes nostra,”. Noventa días después de iniciado los trabajos de restauración, la Virgen fue repuesta al Culto en solemne pontifical de acción de gracias, oficiado por el Reverendo Padre Provincial. No asistió a la ceremonia Monseñor Don Jaime de Palafox (apodado en Sevilla como el prelado de los cien pleitos), al fín y al cabo, que interés tanto social como corporativo, tendría la restauración de una Imagen establecida en la iglesia de un Hospital de extramuros, donde convalecían tantos enfermos portadores del temible virus de la peste que recordaba la terrible mortandad que había asolado a Sevilla en 1649. Luisa asistía a la ceremonia de incognito, ocupando uno más de los bancos situados en la nave del evangelio, junto con su hermana Francisca. Sin apartar ni un momento su mirada –entre sollozos- de la venerada Imagen, que lucía espléndida en el presbiterio con profusión de candelería y flores ofrecidas por los cientos de devotos que habían acudido de las huertas y caserío próximo a San Gil. Concluida la solemne ceremonia, “La Roldada” se dirigió hacia la sacristía para despedirse del Reverendo, agradeciéndole postrada de hinojos, los favores y trato recibido hacia su persona y rogándole –por última vez- de manera encarecida, que este secreto habría de reposar en la cristiana sepultura de ambos; a lo que el Provincial, visiblemente emocionado, contestole: Sepa vuesa merced, mi querida hija, que aunque no soy conforme ni convencido de la apariencia de Dolorosa que habeis conferido a la primigenia imagen, es obvio la calidad y esplendor que ha alcanzado en su nuevo aspecto y público notorio los plácemes y elogios que está recibiendo por parte del pueblo, por lo que podeis partir en paz con mi bendición y abrazo en Cristo extensivo a vuesa hermana Francisca y resto de su ilustre familia.
Conocedor de aquella imagen de Nuestra Señora, cuya fama, concurría de boca en boca, por quienes contemplaban su tan graciosa belleza; el benemérito cofrade, Don Felipe de Rioja y Núñez, que había costeado a sus expensas un altar en la Iglesia de San Gil, para la titular de la cofradía de la Sentencia de Cristo en 1670; invitó a los mayordomos principales de la susodicha cofradía –a la sazón- Don : Juan Linero Bravo; Gabriel Gonzalez de Salas e Isidro Antonio de Arguelles. a conocer la Imagen que recibía culto en el Hospital de la Sangre, con vistas a una más que posible adquisición de compra por parte de la Hermandad.
Así fue como la historia, barajó las distintas fechas, entre 1670 y 1.682, para que los más prestigiosos investigadores, sentarán sus distintas cátedras, acerca de la autoría de la que ha sido y será siempre, Reina y Señora de la devoción cofrade de Sevilla. Sin embargo, en un rincón del alma inmortal de Doña Luisa Ignacia Roldan –“la Roldada”, se escondería, celosamente guardado, el secreto que sólo el cielo debe a Sevilla.
Una tarde otoñal del año de gracia de 1699 -ya en sus últimos días de vida- la sombra de un insigne escultor, se prolongaba por la nave del baptisterio de San Gil, postrado de rodillas frente al altar de Nuestra Señora. Sus ojos cansados, bañados en lágrimas, reconocían en cada uno de los rasgos del rostro de tan venerada Imagen, la huella indeleble de aquellos consejos magistrales que única y exclusivamente había compartido con su aventajada discípula: “¿Qué haría vuesa merced si le cupiera el honor de retocar esos sus ojos tan llenos de misericordia?” -Unicamente añadirle cinco lágrimas- las mismas que derramaba amargamente, susurrando el nombre de Luisa, Luisa, Luisa...¡perdóname hija mía...perdóname, mi querida Luisa Roldana!


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