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martes, 10 de abril de 2012

Crónica de la Semana Santa 2012




Te marchaste con el buen paladar de Cristo resucitado bañado por el sol renancentista que abrillantaba la cúpula de San Luis de los franceses. El mismo sol que te ha faltado durante los siete días completos que dura la semana de la vida; quizás porque ese sol, está tan dentro de tí, que algunos años se niega a salir del sagrario de tanta maravilla como se quedan de puertas adentros.
Hasta siempre a la Semana Santa del cortejo sin pasos de Vera Cruz; de los pasos sin música en el traslado de San Gonzalo y del retraso incontestable de un Miércoles Santo que cayó en la trampa de la hora de los sustos, donde el mal ambiente desluce la entrada de una cofradía más aún que las inclemencias del tiempo.
A pesar de todo amaneciste radiante la mañana del Domingo de Ramos, para entrar en nuestros corazones, como entra el Divino Amor a lomos de la “borriquita”. Es verdad que las nubes de panza, amenazaron el cielo que, como dice el poeta: “siempre es el de tu talla”. Llovía a la hora en que Dios, pone la primera cofradía en la calle, para darnos la Paz, pero esas aguas no eran capaz de ahogar la ilusión de tantos niños vestidos de alba, que apretaban en sus canastos, el dulce caramelo y la estampita que siembra el Parque de manos extendidas para dar y recibir.
La belleza de la tristeza consiste en que nunca acaba con la emoción y así, cuando los hombres lloran por dentro, se parecen más a los niños por fuera y las mujeres, a la Virgen de los Dolores y Misericordia, cuyo divino semblante, se situa más cerca del gozo que del desconsuelo.
¡En verdad, todas las Penas tienen su Estrella, Estrella de Gracia y Esperanza que finalmente iluminó la ronda y San Jacinto, para recomponer la tarde-noche donde tu Amargura se dulcifica con el vaivén sinfónico de la marcha y el Amor sale siempre al Socorro de los que imploran. En el profundo mar de tus ojos verde Esperanza, Oh, virgen del Rosario, desembocaron las lágrimas de desconsuelo de tus jóvenes hermanos, entregados -un año más, por tercero consecutivo- a dejar a su barrio de San Pablo, sin su cofradía. Si le preguntaran a los nazarenos y nazarenas de la Hiniesta; la Redención o San Gonzalo, lo que sintieron, cuando su hermano mayor les comunicaba que se echaban a la calle, seguro que el escalofrío de su respuesta y las muestras de júbilo vertidas en esos aciagos momentos, dejaría bien sentada la buena voluntad que ponen en tan difíciles decisiones, las juntas de gobierno, en aras de su patrimonio humano. ¡Que complicado resulta explicarle a un niño, que la cofradía no sale por segundo año consecutivo, cuando la criatura no ha estrenado el uso de la razón y sí conserva en la memoria la lluvia que mojó la túnica de sus ilusiones: “Mamá...¿porque llueve siempre el Martes Santo?...preguntaba con ternura impenitente, el niño en San Esteban, asido al cíngulo de su madre, que no acertaba dar otra explicación más que la congoja de sus lágrimas!
Más el cielo abrió al día siguiente, aunque fuera con el celeste azul incrustado en la Gloria del nuevo Palio de la Virgen de Consolación y te echaste a la calle estrenando día completo de Miercoles Santo...¡qué orgulloso venías acompañando tu barrio, desde nervión hasta San Bernardo...que ambiente en el Baratillo...qué empaque en San Lorenzo con el Buen Fin; qué gusto disfrutando con el portentoso navegar del galeón de la Lanzada ...como relucía la tarde azul cobalto ante el romanticismo de las Siete Palabras y ¡que noche más fragante de azahar y luna traspasada por las mejores saetas en San Pedro, para terminar con el deleite hecho alta noche en Orfila!
Una de cal y otra de arena, la Semana Santa te situó de nuevo con los pies mojados en el suelo; dejando a buen recaudo el monumento nacional del palio de la Victoria en su fábrica y a las añejas cofradías de la Exaltación, Quinta Angustia y el Valle en pleno centro de sus frustradas estaciones. Te quedaste un año más sin el sol de Santa Catalina, derramado en el espléndido calvario del Cristo de la Fundación...sin el genuino ambiente de Montesión en plena calle Feria...pero con el alma inflamada de Pasión expuesto en el Sagrario de su argéntea canastilla, aliviando tus ansias, con la serenidad del espíritu que reluce más que el sol.
Aún así, el Señor se ocupó de que no te faltara la Noche más hermosa; se echó la cruz del peso del mundo en sus hombros y salió entre las tinieblas, cuando el reloj de la torre marcaba la una y media. Lo mejor de sí, por nuestras calles, en Silencio por el camino más corto de su purísima Concepción. Tu cara, Sevilla, hecha un poema de Esperanza en la Macarena; señorial, primorosa, universal y única; tus ojos en la Pureza de Triana, causa de nuestra alegría; jardín exhuberante de la gracia...puente de plata para que pase entremedio el Calvario de los cuatro siglos de historia, que alcanza la perfección en la austeridad
...y adivinando el alba de un nuevo día, el Señor de los Gitanos, soberbio en su humildad; cadencia en la elegancia de sus andares flamencos e hijo de Dios y de esa Madre que quita las angustias de su bendito nombre con la hermosura de su cara.
Un año más...¡que fuerte!, el Cachorro NO sale, se queda en su flamante Basílica...más bien se queda dentro de nuestros corazones...se lleva dentro como el sol escondido tras las nubes. La tarde del Viernes Santo, es una eterna primavera tan inclemente como cierta; el viento desapacible de sus primeras horas, arrastró la hojarasca del canasto Carretero y la anudó en su Capilla real a los piés del calvario más completo, aquel que Sevilla no termina de ver, cuando se le hace agua su Semana Santa. La Soledad de María le echó valor a la tarde inclemente y la trianera cofradía de la O, asumió el riesgo de no dejar El Viernes Santo huérfano de romanticismo y evocación. En pos de la esplendente cruz de Carey, avanzó en la noche la conjunción penitente de San Isidoro, el prodigio de estética de Montserrat y el estremecedor dramatismo de la Sagrada Mortaja, precedida por sus refulgentes ciriales.
No hay sábado sin sol, ni cofradía que no le rinda sus honores, nos quedamos sin palabras en este epílogo, pero siempre en acción de gracias por vivir un año más, todo lo mucho y grande que pasa en esa Semana. Gracias por la Providencia de gozar los encantos de la Cofradía Servita; Gracias por mantener a Cristo en la Urna donde más relucen nuestros sentimientos; Gracias por dejarnos disfrutar hasta última hora con la Esperanza más dulce de Sevilla y sellar en las Puertas de San Lorenzo -nuestra Soledad- con el beso de una despedida que empieza a contar de nuevo los días, donde todo comienza.

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